Este edificio alberga un trujal tradicional fuera de uso desde las décadas de los setenta del siglo XX. Su construcción hacia 1950 fue costeada por una Sociedad Cooperativa formada por habitantes de varios pueblos de la zona.
El trujal conserva íntegros todos sus elementos: las muelas cónicas de piedra, las calderas para el calentamiento del agua, la prensa mecanizada, el motor eléctrico original, todos las piezas de transmisión de la fuerza motriz, los depósitos para las diversas fases del decantado del aceite, etc.
Además, conserva intactos los aperos y el variado utillaje utilizado en la propia elaboración del aceite. Una entreplanta en el extremo norte del pabellón es la zona de vivienda para el alojamiento de los trujaleros; conserva todavía la cocina baja al estilo antiguo y las clásicas camas metálicas.
La mayoría de las almazaras similares ya han sido sustituidas en los últimos decenios por modernas instalaciones con tecnologías más innovadoras. De ahí, que este trujal constituya un testimonio superviviente de las formas de vida y del desarrollo rural en épocas pasadas.
El antiguo trujal cooperativo de los pueblos de Ocón, ubicado en la localidad de Los Molinos, se encuentra inactivo desde hace más de tres décadas. Sus procedimientos tradicionales de molturación de la oliva y elaboración del aceite han sido sustituidos por iniciativas industriales modernas como el Trujal Cooperativo de Galilea y otros.
Se trata, pues, de una instalación técnica o industrial tradicional, que conserva inalterados los espacios originales, la maquinaria y los mecanismos tradicionales para la elaboración del aceite. Los antiguos trujales forman parte del patrimonio etnográfico o industrial de una comunidad. Están protegidos por la ley y sobre ellos recaen con frecuencia iniciativas de restauración, de conservación y de explotación cultural y turística, como es ahora el caso de este molino olivarero de Ocón.
La titularidad del trujal de Ocón ha sido transferida durante 2009 al Ayuntamiento de Ocón, hecho que posibilitó el posterior proceso de rehabilitación como centro para la difusión de la cultura tradicional y para propiciar el desarrollo comarcal. Dado el carácter social amplio que tuvo en su origen como trujal cooperativo, hoy ese sentido social se ha preservado, aunque obviamente ya no cumple la específica función originaria de obtener aceite.
Creación del trujal
A partir de 1942 se hallaban constituidas en Ocón las Hermandades de Labradores y Ganaderos de Los Molinos y La Villa, que funcionaban de modo independiente y en cuyo seno surgirían diversas iniciativas de desarrollo agrario. Hacia 1946 la Delegación Comarcal de Hermandades en Logroño comenzó a pensar en fundir las dos en una sola, hecho que no se conseguiría hasta 1951 bajo la denominación de Hermandad Sindical de Labradores y Ganaderos de El Valle de Ocón. Por aquel entonces era obligatorio el encuadramiento de todas las familias de la demarcación en las Hermandades, concebidas por el régimen de Franco como los sindicatos del medio rural.
Antes de la unificación, en 1948, la Hermandad de Los Molinos ya había tomado la iniciativa de constituir en su seno una Sociedad Cooperativa, integrada en la Obra Sindical de “Cooperación” y cuya Junta estuvo formada casi por los mismos miembros que regían la la Hermandad. Fue esa cooperativa la que, a su vez, impulsó el proyecto de construir un trujal olivarero en Los Molinos y para ello se organizó la Sección Trujal, dotada con su propio reglamento de funcionamiento y con su propio régimen económico.
En aquella época la superficie de olivar era muy significativa en el conjunto de la producción agraria oconense, pero los pueblos de Ocón carecían de una almazara colectiva y los cosecheros de aceituna tenían que molturarla en trujales de la comarca; uno de ellos, de carácter privado, existía por entonces en Los Molinos. Debido a ello el trujal cooperativo se abrió paso no sin crear cierta oposición y algún litigio que, al parecer, obligó a intervenir al gobernador civil a favor del proyecto cooperativo. Fue precisamente hacia finales de los años 40 del siglo XX cuando empezaron a surgir las almazaras mecanizadas, cuya instalación requería grandes desembolsos económicos y por eso desde las Hermandades de Labradores y Ganaderos se tendía al agrupamiento cooperativo para lograr unas instalaciones que propiciaban una obtención más rentable del aceite y un producto de mayor calidad. Los trujales existentes hasta entonces eran de propiedad particular, que comenzaron a entrar en declive, hasta desaparecer, ante las iniciativas del cooperativismo agrícola.
La Sección Cooperativa del trujal de Los molinos se constituyó en 1950 e inmediatamente se iniciaron los contactos necesarios, se impusieron las primeras cuotas a los socios iniciales y se abordaron las obras del pabellón actualmente rehabilitado. El solar para construir el edificio fue previamente adquirido por los socios. Se constituyó un crédito para financiar las obras, cuyas condiciones de amortización tuvieron que ser asumidas por los participantes en el proyecto. En abril del citado año se autorizaba el reglamento de funcionamiento, que establecían los derechos y obligaciones de los socios, los órganos de gobierno (Junta General, Junta Rectora y Consejo de Vigilancia), así como las fuentes de recursos y el patrimonio de la entidad.
El trujal cooperativo se constituyó con numerosos socios de los pueblos de Los Molinos, Pipaona, Aldealobos, Las Ruedas y La Villa. El 10 de abril de 1950 se inscribieron 130 socios en el Libro de Registro oficial; diez días después se sumaban otros 43, en enero de 1951 se añadieron otros 16; en total contó el trujal con 189 socios en su primera etapa. Hasta 1974 hubo nuevas incorporaciones, ya minoritarias, correspondientes sobre todo a hijos de socios que formaban su propia unidad familiar independiente. En total llegaron a estar implicadas en la vida del trujal hasta 233 unidades familiares distintas, lo cual indica que canalizó la mayor parte de la molturación de oliva de los pueblos de Ocón.
En 1950 no era fácil llevar adelante el proyecto de trujal, en aquella España todavía industrialmente no desarrollada por los efectos de la guerra civil que había concluido hacía poco más de dos lustros. El trujal se diseñó totalmente electrificado, tal como correspondía a los nuevos tiempo, aunque con la corriente de baja tensión entonces existente en los pueblos. La energía eléctrica sería la fuerza motriz que permitiría la mecanización de buena parte de los procesos de trabajo, minimizando el alto grado de esfuerzo humano o animal que exigían las almazaras preindustriales, también llamadas trujales de sangre.
Sacar adelante el trujal electrificado de Los Molinos implicó algunas dificultades, pues eran todavía tiempos de escasez y hubo que realizar numerosas gestiones hasta poder encontrar un motor eléctrico que impulsara los diversos sistemas de la instalación. Al final se encontró uno en buenas condiciones de uso en el País Vasco, aunque de fabricación inglesa, que se instaló en el cuarto sótano del trujal y que todavía hoy puede ser contemplado por los visitantes.
Los elementos fundamentales del trujal son: la tolva con un sinfín, el molino de rulos, la termobatidora, la caldera para la producción de agua caliente, la prensa hidráulica, la bomba de trasiego, depósitos de decantación y báscula.
El trujal de Los molinos fue en su tiempo una instalación avanzada debido a la mecanización de buena parte de los procesos de trabajo. Por ejemplo, la alimentación con el sinfín de la plataforma de molturación, donde los rulos cónicos giraban mediante la fuerza eléctrica. De aquí la pasta de la oliva pasaba a la termobatidora que se encuentra justamente al lado y que recibía el agua caliente desde un calderín ubicado en altura; una bomba trasegaba el primer aceite hasta los depósitos de decantación y el resto de la pasta se cargaba en carretillas cuadradas, que se trasladaban sobre raíles embutidos en el suelo y que estaban adaptadas al formato de la prensa hidráulica; la prensa era movida por una caja de bombas. Tras las piletas de decantación se halla el llamado ‘infierno’, donde se acumulaba el alpechín final tras el proceso de obtención de aceite.
La actividad en la almazara ha sido, y sigue siendo, estacional por su propia naturaleza. Para llevarla a cabo acudían a Los Molinos unos trujaleros, que contaban con instalación de alojamiento en el propio Trujal. A ellos estaba reservada la entreplanta que se habilitó en la parte norte del Pabellón y a la que se accede directamente desde la gran sala de molturación y prensado. La vivienda de los trujaleros consta de una cocina con fuego bajo, de una habitación con dos camas y de una sala complementaria. No queda constancia documental del contrato o pacto que la cooperativa acordaba con los trujaleros, pero lógicamente éstos recibirían el pago por su trabajo, bien en especie (maquila) o bien en moneda por aportación de cada cosechero en proporción al volumen de oliva manipulado o de aceite producido.
El final del trujal de Los Molinos
El trujal estuvo en funcionamiento durante unos 25 años. Hacia 1975 había ido perdiendo actividad progresivamente. Este proceso coincide con el movimiento migratorio hacia Logroño o hacia otras zonas industrializadas, lo que produjo que la población fuera decreciendo de modo considerable. Aunque nominalmente la Sociedad Trujal seguía contando con socios en su libro de registro (61 constan todavía en 1980), de hecho cada vez eran menos los que en realidad aportaban oliva y los que contribuían con el pago de las cuotas correspondientes. En 1979 se intentaba convocar una Junta General “para que los socios decidan si sigue el trujal así o se da de baja total”. El apagamiento de la actividad había llevado al sociedad cooperativa a una penosa carencia de recursos.
Por eso, a finales de los años 70 del siglo XX cesó la actividad trujalera y los socios decidieron utilizar la sala de descarga de la oliva para instalar en ella un molino eléctrico con el que moler grano para hacer piensos y destinarlos al engorde de animales. A finales de los 70 y durante la década siguiente el engorde de cerdos y terneros era una actividad rentable en el medio rural y muchos oconenses conseguían con ella unos ingresos complementarios interesantes.
En su poco más de cuarto de siglo de funcionamiento el trujal cooperativo de Los Molinos llegó a ser una pieza importante en la vida económica de la comarca. La emigración a la ciudad fue vaciando los pueblos de gentes antes dedicadas a la agricultura y la espléndida realidad que fue aquel trujal mecanizado de los años 50 no pudo mantenerse en uso y cerró sus puertas. Hasta hoy, que las ha vuelto a abrir para iniciar una nueva etapa al servicio de los pueblos de Ocón; seguirá siendo un bien colectivo de los pueblos de Ocón y uno de esos nuevos servicios que prestará a partir de ahora, muy importante, será el de permanecer como testimonio vivo de las generaciones pasadas en su lucha por la vida y por el progreso.